Názim Hikmet, Nicolás Guillén y Rafael Alberti
Ernesto Gómez Abascal • La Habana, Cuba
El 15 de enero de 1902, nació en la ciudad de Salónica, hoy parte de
Grecia, pero entonces perteneciente al Imperio Otomano, el gran
poeta turco Názim Hikmet. Ese mismo año, el 10 de julio en Camagüey,
también nacía nuestro Nicolás Guillén; y el 16 de diciembre en Cádiz,
España, Rafael Alberti. Los tres fueron militantes comunistas y
luchadores antimperialistas de vanguardia, sufrieron persecución y
cárcel, y compartieron, utilizando las palabras del poeta turco, “el
duro oficio del exilio”.
Guillén y Alberti, conocieron a Názim en Moscú y mantuvieron con él
una estrecha amistad. El cubano lo llamaba “mi hermano turco”. En
su Prosa de prisa, publicada por la Editorial Letras Cubanas en
1987, se refiere así a este:
“Era un hombre alto, bien puesto, rubio, de ojos azules y piel
rojiza, como un inglés. En lo de turco, más parecía serlo Jorge
Amado —y así lo decíamos en broma sus amigos cuando ambos estaban
juntos— que aquel gran cantor de Turquía —nieto de un pashá —que
muere sin haber visto a su patria.
“Sin conocer palabra de su idioma, nos deleitaba y suspendía el
escucharle los poemas. Eran como canciones extremadamente musicales,
cuyo ritmo había tomado el poeta de la cantera popular en su país.
“¡Pobre poeta! Como Nesval (sic), el gran checo, lo traicionó el
‘miocardio inocente’ de nuestro Rubén (Darío). Su vida fue un
ejemplo puro de humanidad y lirismo soldados firmes, como él veía el
contenido y la forma en la escritura, de acción y pasión. Quince
años lo tuvo el turco reaccionario en una cárcel, y allí enfermó
para no curar nunca. De eso ha muerto, y del dolor de amar mucho a
los suyos, a su pueblo, y de cantarlos sin poderlos redimir”.
También en Páginas vueltas, las memorias que escribió Guillén al
final de su vida, dedicó un afectuoso recuerdo a su “hermano turco”:
La primera vez que fui a la Unión Soviética, entre las muchas
personas a quienes conocí, me hizo una muy agradable impresión el
poeta Názim Hikmet, hoy fallecido. Era un hombre alto, rubio,
aguileño, de ojos azules, muy simpático. Se expresaba en ruso y
francés con la mayor seguridad, y mantenía un tono risueño y jovial
en la conversación. Todo el mundo lo llamaba Názim a secas, y de
todo el mundo era querido y admirado. Cuando el II Congreso de
escritores afroasiáticos, él y yo coincidimos en El Cairo, donde él
representaba a su país, o mejor dicho, a su pueblo.
Una noche, la noche en que Nasser ofreció a las delegaciones un
portentoso agasajo en el Palacio Imperial, me encontré a Názim, que
iba acompañado de su esposa, una mujer muy bella y joven. Yo lo
bromeé con este hecho, dirigiéndome a la dama y diciéndole con
fingida ingenuidad: ‘Veo que su papá goza de muy buena salud’. Ella
rió de buena gana, y él también, claro, pero no sin decir: ‘Este
hombre es un bandido, un negro pirata de las Antillas’.
Nos veíamos con frecuencia, sobre todo cada vez que yo iba a Moscú.
Las anécdotas en relación con él me vienen a la mente. Una tarde
llegué yo a su casa, o mejor dicho, a su departamento de soltero,
pues aún no se había casado entonces, y lo vi muy atareado haciendo
una maleta, sin duda en víspera de viaje. De repente me dijo: ‘Mira,
tengo esto para ti’, y me mostró un pedazo de papel verde. ‘A mí no
me sirve para nada, a ti seguramente pienso que te vendrá muy bien’,
añadió. Era un billete de cien dólares. Claro que él sabía que ‘este
papel’ era convertible en rublos, pero pienso que hizo eso para que
yo no careciera de dinero en un país extraño.
¡Pobre Názim! Él estuvo en Cuba por los años 60 y se le dio un
homenaje muy simpático y numeroso en la UNEAC. Sin embargo, me dijo
que no podía soportar nuestro clima, el cual le ocasionaba muy
riesgosos trastornos cardiacos.
Durante la estancia de unas dos semanas en Cuba, en calidad de
invitado del Gobierno Revolucionario, en mayo de 1961, el gran poeta
comunista turco sostuvo varios encuentros con poetas e intelectuales
cubanos, entonces enfrascados en la preparación del Primer Congreso
Nacional de Escritores y Artistas. La prensa de la época publicó
igualmente varias entrevistas que aparecieron en los periódicos Hoy
y Revolución, en la revista Bohemia, y el 25 de mayo compareció en
el programa Ante la Prensa trasmitido por CMQ TV, donde Luis Gómez
Wangüemert sirvió de moderador y participó entre otros, nuestro
querido poeta Pablo Armando Fernández.
En Cuba, recién derrotada la invasión mercenaria yanki de Playa
Girón, se vivían momentos de grandes definiciones y de movilización
popular y revolucionaria. Názim narró sus impresiones en un largo
poema titulado “Reportaje en La Habana”.
Durante sus encuentros, fue interrogado sobre muchos aspectos
teóricos que interesaban a nuestros intelectuales. Se refirió al
Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas que tendría efecto
próximamente en La Habana y dijo que “una de las tareas principales
de este Congreso debía ser la de idear y organizar la manera de
poner en contacto a los intelectuales con el pueblo”. También afirmó:
“Una guerra de independencia sin revolución social es una guerra
ficticia”. Y “la Revolución cubana es un espejo para los pueblos que
luchan por su independencia”.
Interrogado en una de estas entrevistas sobre su conocimiento sobre
la poesía cubana, respondió: “Yo conozco de la poesía cubana un
poeta que es mundial, que ha representado y representa en nuestro
planeta la cultura revolucionaria del pueblo cubano, un poeta de
gran maestría, que yo estoy orgulloso, no solo de ser su lector,
sino también de ser su amigo: Nicolás Guillén”.
Rafael Alberti, compartió con él en no pocas ocasiones cuando se
encontraban en la desaparecida URSS, según nos ha informado su hija
Aitana. Sin embargo, (y aunque posiblemente exista) no hemos
encontrado referencias en su obra, al gran poeta turco.
Nacidos los tres en 1902, fueron ejemplo de poetas e intelectuales
comprometidos —hasta el último aliento de sus vidas—, con las causas
revolucionarias no solo de sus respectivos pueblos, sino con las de
todos los pueblos del mundo. Aún después de muertos, en este
aniversario 111, sus legados, continúan constituyendo armas para
defender la justicia y la dignidad, y perdurarán por siempre, pues
como afirmó Názim en Cuba: “cuando se hace literatura para el pueblo
hay que hacerla muy alta y muy buena… (por eso) la buena, la
verdadera poesía está de nuestro lado, del lado del pueblo”. |