Ernesto Gómez Abascal
La Jiribilla
Al finalizar la llamada Guerra Fría y posiblemente con el propósito
de buscar un nuevo enemigo que le permitiera al imperio continuar
sus guerras para la dominación mundial, sus ideólogos elaboraron la
teoría del “choque de civilizaciones”, que en la práctica se ha
traducido en una guerra contra el mundo árabe-islámico.
La aplastante maquinaria mediática en manos de los EE.UU. y sus
aliados de Occidente, no han detenido, especialmente a partir del
ataque a las Torres Gemelas de New York, la campaña antiárabe y
antislámica. El propio presidente George W. Bush, después de este
suceso, calificó de “cruzada”, la lucha que habría de llevar contra
los terroristas, haciendo recordar a muchos la historia de las
acciones militares llevadas a cabo por los cristianos contra los
musulmanes entre los siglos XI al XIII, para conquistar el Cercano
Oriente.
Se ha machacado sobre la opinión pública, de forma constante, con
los conceptos de “terrorismo árabe” o “terrorismo islámico”, como si
los pertenecientes a esta nacionalidad o creencia fueran los únicos
terroristas que existen en el mundo. Al terrorismo cometido por
otros, no se les pone apellido, no existe por lo tanto “terrorismo
cristiano” ni “terrorismo judío”, aun cuando sean creyentes de estas
religiones o los países donde predominan las mismas, quienes cometan
crímenes y atrocidades que conlleven esta categoría.
Por supuesto, en ningún caso o en muy pocos de ellos, se trata de
acciones motivadas por razones religiosas, por lo que no es
aceptable, en mi opinión, calificar de esa forma a unos u otros. Los
crímenes cometidos por el fascismo durante la Segunda Guerra
Mundial, posiblemente por alemanes de fe cristiana, eran puro
terrorismo y lo llevaron a cabo contra judíos, gitanos y mucho más
contra los comunistas. Nadie los calificó como “cristianos
terroristas”, ni siquiera como “fascistas terroristas”. A nadie se
le ocurriría esperar actualmente que la prensa lo haga cuando se
bombardean pueblos en Afganistán, Paquistán o Libia. Tampoco se
califica de “terrorismo judío” cuando los de esta fe masacran al
pueblo palestino en Gaza. Pero es evidente que la propaganda
occidental ha levantado prejuicios y discriminación hacía los
musulmanes y hacía su valiosa cultura, pues el Islam, más allá de
ser una fe religiosa, es también todo un sistema cultural, una forma
de vida.
La guerra contra Irak, del inicio de la cual en estos días se
cumplirán nueve años, destruyó cuantiosos valores culturales, no
solo importantes para los pueblos islámicos, sino para toda la
humanidad. En Bagdad tuve el triste privilegio de ser testigo del
saqueo y la destrucción de los museos; el bombardeo de edificios y
monumentos que eran reliquias históricas; el incendio de lugares
donde se archivaban documentos que constituían parte de la memoria
primaria de los pueblos; vi arder el Teatro Nacional y el bombardeo
de la Casa de la Sabiduría, entre otros lugares patrimoniales… Se
intentaba con ello destruir la cultura con la certeza de que esta
constituye el cimiento de la nación.
Pero no se detuvieron en eso. Durante los nueve años de ocupación de
Irak, han desarrollado una campaña sistemática de asesinatos de
intelectuales, científicos, profesores universitarios, técnicos y
personas vinculadas a la enseñanza y la actividad intelectual.
Cientos o posiblemente miles de ellos han sido asesinados en un
criminal intento de hacer retroceder la cultura del país a la edad
de piedra y con la conciencia de que esta es el escudo de la nación.
Haciendo esto, propician la forma más fácil de dominarla y
destruirla.
Hay noticias de que en Afganistán y ahora más recientemente en Libia,
países con menos desarrollo cultural que el que existía en Irak, han
ocurrido también agresiones contra el patrimonio cultural de sus
pueblos. Las bombas y los misiles “inteligentes” que utilizan, en
contradicción con ese moderno y macabro calificativo, parecen ser
portadores de la incultura, que proviene a la vez de la “cultura del
odio”, de quienes deciden su lanzamiento.
Ahora un peligro tremendo se cierne sobre Siria, otro país amenazado
con ser bombardeado para defender los “derechos humanos”. Siria es
también considerada como una de las principales “cunas de la
civilización humana”. Damasco, su capital, junto con Jericó en
Palestina, se consideran los asentamientos humanos más antiguos, con
más de siete mil años de existencia permanente. La parte antigua de
la ciudad, conservada con extremo celo, atesora edificios y
monumentos que son patrimonio de la humanidad, incluso de
inestimable valor para la religión cristiana.
En el territorio sirio, abundan las huellas de los primeros
cristianos, de los apóstoles. Damasco se conoce en árabe con la
palabra Sham, con la que fue bautizada por ser el nombre del segundo
hijo de Noé, el del arca y el diluvio. Se considera que en
diferentes lugares del territorio sirio estuvieron en algún momento
de la historia y dejaron sus huellas: Abraham (quien es Ibrahim para
los musulmanes); San Pedro; el profeta Muhammad (Mahoma); el apóstol
Lucas; y la Virgen María, entre otras destacadas personalidades
religiosas.
El gobierno sirio, en un país donde alrededor del 80% de su
población es islámica, ha sido ejemplo de tolerancia y ha practicado
una ejemplar política de convivencia religiosa. En el barrio
cristiano de Damasco, bastante extenso por cierto, así como en
pueblos y aldeas donde es mayoritaria esta religión, rige el
calendario cristiano y el domingo es el día festivo de la semana, no
el viernes, como establece el calendario islámico.
Existen por todo el territorio sirio importantes huellas de
antiquísimas civilizaciones y culturas, reinos que florecieron en
distintos momentos de la historia: Mari, por ejemplo, en el noreste,
en el valle del Éufrates; Palmira, ciudad capital de la reina
Zenobia, en medio del desierto; Ugarit, en la costa, donde se
encontró el que se considera primer alfabeto, que con 30 letras
cuneiformes es considerado un salto para el desarrollo cultural de
la humanidad.
Ahora se quiere dar otro zarpazo contra la cultura árabe en Siria,
que es simiente de la cultura de la humanidad. Representantes del
oscurantismo y el sectarismo se quieren imponer por la fuerza
destructiva del imperio estadounidense y sus aliados, con intereses
de dominación mundial.
Es necesario también que desde las filas de los intelectuales se
levante bien alto la voz para tratar de impedir la intervención
extranjera y la agresión; se respete el derecho soberano del pueblo
sirio a decidir sobre sus asuntos; y se aliente la negociación
pacífica para que puedan resolver sus problemas internos.
Defendiendo la paz, también defendemos la cultura. |