EEUU y sus socios de Occidente podrían estar apostando a la carta
islámica
Ernesto Gómez Abascal - Rebelión
Nadie puede dudar de la importancia de Egipto y la influencia que
puede ejercer sobre la situación política, especialmente en el norte
de África y el Medio Oriente, a pesar de haber sido sumergido en la
penumbra durante muchos años, por los gobiernos proimperialistas de
Sadat y Mubarak.
Hace tres años, cuando comenzó la mal llamada “primavera árabe”,
Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, aunque hipócritamente
hablaban de democracia, libertad, respeto a los derechos humanos,
etc., hicieron todo lo posible por salvar a este último dictador,
quien incondicionalmente les había servido durante casi 30 años de
ejercicio del poder. Pero la presión de las masas en las calles,
obligó a la dimisión del gobernante pocos días después, el 11 de
febrero del 2011. Entonces trataron de salvar lo que podían del
régimen, con el Mariscal Hussein Tantawi, comprometido con la misma
política de Mubarak y tan corrupto como este, colocado al frente del
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Pero el pueblo egipcio no aceptó la jugada yanqui y continuó
presionando desde la Plaza Tahrir y otros lugares, hasta lograr que
se celebraran elecciones, en las que por primera vez fue elegido por
mayoría relativa, un candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed
Mursi, favorecido también por el voto de castigo de aquellos que no
querían un presidente “mubarakista”. Este, aunque prometió gobernar
para todos los egipcios, no lo hizo, y durante su breve periodo de
gobierno, redactó una constitución favoreciendo las posiciones de su
organización y promoviendo a sus cuadros para asegurarse en el
poder, posiblemente asesorado desde Turquía, cuyo gobierno islámico
moderado es frecuentemente citado como ejemplo de democracia moderna
por los gobernantes de Washington. Con su homólogo en el gobierno en
Ankara, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, el cual había
recorrido una inteligente trayectoria para ir ocupando poco a poco
casi todas las posiciones del Poder, los Hermanos Musulmanes
egipcios establecieron una alianza y una estrecha colaboración.
Sobre esta base, no son pocos los que consideran que los Estados
Unidos, estimándolo tal vez como un mal menor, habían pactado,
utilizando además el dinero y la influencia de algunos de sus
poderosos socios del Golfo, establecer unas relaciones mutuamente
ventajosos con las fuerzas musulmanas que iban llegando al gobierno
en la región.
La política sectaria del gobernante egipcio, provocó sin embargo,
una nueva ola de levantamientos y protestas populares, que apoyada
por el ejército y fuerzas políticas independientes, culminó en junio
de 2013, con el derrocamiento de la Hermandad Musulmana y la prisión
de Mursi y sus principales colaboradores. Una nueva constitución fue
aprobada por voluntad popular el pasado mes de enero y se inició un
nuevo periodo de transición hacia elecciones presidenciales, que
deben celebrarse en los próximos meses.
El derrocamiento del gobierno de Mursi provocó el desconcierto en
Washington y en otras capitales de países miembros de la OTAN,
especialmente en el gobierno de Ankara, quien exigió se adoptaran
medidas para reponer en el poder a los Hermanos Musulmanes. Estados
Unidos sin embargo, se abstuvo de calificar el hecho como “golpe de
estado”, pues ello podría condicionar legalmente sus relaciones
futuras con el nuevo gobierno de El Cairo, aunque han demandado la
liberación del presidente depuesto. Los aliados del Golfo adoptaron
cautelosas posiciones, pues la mayoría de estos países no permiten
la existencia de partidos y organizaciones políticas, ni aun siendo
islámicas, y por esta razón mantenían cierta desconfianza con el
gobierno de la Hermandad en El Cairo, que se conoce ha trabajado
clandestinamente para crearlas. El rey Abdala de Arabia Saudita,
acaba de declarar el pasado 7 de marzo, a la Hermandad Musulmana
como una organización terrorista. El gobierno egipcio por su parte,
prohibió la presencia y actividad de HAMAS en su territorio.
revueltas en egipto
Por otro lado, ante la incertidumbre creada, desde Washington
parece practicarse la política del garrote y la zanahoria, tal vez
persuadidos de que el gobierno de los militares, al cual han
suministrado durante muchos años una subvención de unos 3 mil
millones de dólares anuales, ahora congelada, terminará sometiéndose
a sus intereses. Sin embargo, existen señales de que estas
aspiraciones no parecen fáciles de alcanzar, a pesar de que deben
estar intentándolo por todos los medios y sus servicios especiales y
los de sus aliados, principalmente Gran Bretaña y Francia, deben
estar trabajando intensamente en El Cairo.
El mariscal Abdel Fatah Al Sisi, ministro de defensa y nuevo hombre
fuerte del régimen, quien será candidato, con opciones casi seguras
de ser elegido como presidente en las próximas elecciones, ya está
haciendo campaña política presentándose como el nuevo salvador de
Egipto y como futuro líder no sólo de Egipto, sino del mundo árabe,
como sucesor de Gamal Abdel Nasser y ya ha invitado a los hijos de
este, para acompañarlo en las conmemoraciones por el 43 aniversario
de su muerte. La prensa estadounidense hace tiempo había informado
de análisis muy críticos hechos por este, cuando se desempeñaba como
Jefe de la Inteligencia, debido al apoyo incondicional que
Washington le prestaba a “Israel” y por su parcialidad a favor del
estado judío. Más recientemente, habían trascendido declaraciones
realizadas por el mariscal, criticando la guerra que la OTAN llevó a
cabo en Libia para derrocar a Muammar El Gadafi.
Al Sisi, respondiendo al congelamiento de la ayuda económica y
militar estadounidense, intercambió delegaciones con Moscú, las
cuales fueron integradas por él como ministro de Defensa y por el
Canciller. En las conversaciones, celebradas en ambas capitales, se
acordó el inicio del suministro de armamento ruso a las fuerzas
armadas egipcias y la colaboración entre ambas instituciones
armadas. Existe una base para que se avance en un buen entendimiento
entre ambos países: la oposición al desarrollo de regímenes de corte
islámico en la región.
partidarios de mursi
Paralelamente a la situación en Egipto, se viene produciendo un
interesante proceso de luchas y contradicciones entre los países
miembros del Consejo de Cooperación del Golfo. Arabia Saudita,
Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, han retirado sus embajadores de
Qatar y aprobado sanciones contra este país. El Consejo de Ministros
de Egipto manifestó su apoyo a estas decisiones y decidió que su
embajador tampoco regrese a Doha, acusando a este país de
inmiscuirse en los asuntos internos de los otros.
Al parecer, la marcha de los acontecimientos militares en Siria,
que se extienden con una tendencia favorable al gobierno de Bashar
Al Assad, está influyendo también en el incremento de estas
contradicciones. Se ha informado de la destitución ─respondiendo a
una solicitud de Washington─, del jefe de la Inteligencia saudita,
príncipe Bandar Bin Sultán, quien como responsable mayor de esta
guerra sucia, había asegurado la rápida toma de Damasco. No sólo se
equivocó en esto, sino que en su incapacidad provocó una guerra
interna entre grupos y bandas de terroristas islámicos que debilitó
y desacreditó aún más la oposición siria. Arabia Saudita participa
del plan de destruir a quienes considera sus oponentes chiitas o
pro-iranios en la región (Iraq, Siria, Hezbolá) como vía de
debilitar a Irán, a quien considera su principal enemigo. En este
objetivo coincide con “Israel” y Estados Unidos. Ahora trabaja para
captar a Egipto como posible principal aliado y piensa que con su
enorme poder financiero pueda influir en la futura política del
nuevo gobierno de El Cairo.
al sisi candidato a la presidencia de egipto
Como podemos apreciar la situación se presenta bien complicada. Al
parecer, en las próximas elecciones los sauditas apoyarían al
Partido ANNOUR, organización salafista enfrentada a los Hermanos
Musulmanes. Mursi en un discurso antes de su destitución, había
declarado su apoyo a la guerra contra el gobierno de Damasco, lo
cual fue rechazado por el Consejo de las Fuerzas Armadas, que se
opuso a que fuerzas islámicas tomaran el poder en Siria,
posiblemente razonando que una guerra similar se podría estimular
contra el casi seguro futuro gobierno de los militares en El Cairo.
Una alianza o colaboración circunstancial entre Arabia Saudita y un
gobierno de los militares egipcios, a pesar de que puedan mantener
algunas contradicciones, posiblemente sería conveniente para ambos.
Entre las corrientes nasseristas egipcias, así como otros sectores
políticos con intereses aun contradictorios, parece predominar el
criterio de que Al Sisi es la persona capaz de restablecer la
estabilidad e impedir la anarquía, devolviendo a Egipto un papel
respetable en el mundo árabe y en un escenario internacional que
tiende a favorecer un nuevo ordenamiento multipolar. Los datos
disponibles confirman también que existe consenso dentro de la
cúpula militar, para llegar de nuevo al gobierno a través del
mencionado mariscal. No obstante, pensamos que no se debe esperar,
si en definitiva Al Sisi llega a la presidencia, una actitud de
abierta confrontación, y más bien actuaría, por lo menos en una
primera etapa, de forma cautelosa y neutral, evitando nuevos
enemigos y procurando alcanzar la estabilidad y el apoyo necesario
para enfrentar los grandes desafíos que constituyen la situación
económica interna y los graves problemas sociales derivados de esta,
así como la seguridad ciudadana.
Existe una apreciación entre las fuerzas nacionalistas y de
izquierda en el mundo árabe, a favor de que Al Sisi es la
alternativa disponible para evitar la vuelta de los Hermanos
Musulmanes, y que pueda llevar a Egipto por un camino más
independiente, fuera de la hegemonía de los Estados Unidos. |