Ernesto Gómez Abascal
15.Jul.12 :: Batalla de ideas
Los sionistas se negaban a aceptar la devolución de los territorios
ilegalmente ocupados hasta las fronteras de junio de 1967, así como
la creación de un estado palestino.
A finales del año 2000, el gobierno de William Clinton había agotado
sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo entre los dirigentes
israelíes y palestinos. Intensas negociaciones se estuvieron
llevando a cabo en Camp David con la participación del propio Arafat
y el premier israelita Ehud Barak.
Los últimos contactos se realizaron en conversaciones por separado
en una base militar cercana a Washington en el mes de diciembre,
cuando ya había sido electo George W. Bush como nuevo presidente,
quien tomó posesión en enero del 2001 acompañado de un equipo de
ideólogos de ultraderecha muy vinculados a los intereses sionistas.
Una verdadera pandilla de delincuentes políticos.
Un mes después, ganó las elecciones en Israel Ariel Sharón,
consumado terrorista con una historia que lo lleva a ser considerado
por muchos como un criminal de guerra. Para la causa palestina y
para los pueblos del Cercano Oriente, el binomio Bush-Sharón no
podía ser peor.
En el proceso de negociaciones que Clinton impulsó hasta el año
anterior, se lograron algunos avances, hubo momentos de optimismo,
pero al final las posiciones intransigentes de Israel impidieron
llegar a acuerdos y Yasser Arafat se mantuvo firme en no hacer
concesiones que menguaran los derechos básicos del pueblo palestino.
Los sionistas se negaron a aceptar la devolución de los territorios
ilegalmente ocupados hasta las fronteras de junio de 1967.
Rechazaron también la creación de un estado palestino independiente
con Jerusalén oriental como capital y el derecho al regreso de los
refugiados.
Para los nuevos gobernantes de Washington y Tel Aviv, estaba
entonces muy claro que Yasser Arafat era un obstáculo en sus planes
y tendrían que hacer algo para hacerlo desaparecer. Por ello, muy
tempranamente, en marzo del 2002, el gabinete israelí lo declaró
oficialmente como enemigo, certificando de esta manera que podía ser
eliminado y comenzó el hostigamiento militar a sus instalaciones en
la ciudad cisjordana de Ramallah. Tres meses después es el
presidente Bush y otros altos dirigentes de su gobierno, quienes lo
descalifican públicamente como interlocutor válido en cualquier
negociación y exigen que abandone la Dirección palestina. En
septiembre, blindados del ejército sionista atacan el edificio
conocido como “la Mukatta”, donde trabaja y vive el líder palestino,
en abierto intento por asesinarlo.
Simultáneamente, se desarrollan intensas presiones y conspiraciones
para que se designe una personalidad aceptable por los Estados
Unidos e Israel, como negociador, y el 29 de abril del 2003, con la
agresión y ocupación de Irak como telón de fondo, en difíciles
condiciones, el Consejo Legislativo Palestino designa como Primer
Ministro a Mahmmoud Abu Abbas (Abu Mazen). Ese cargo no existía en
la estructura de gobierno, pero es creado para la ocasión. Culmina
de esta forma el intento por despojar a Arafat
─a
quien mantienen confinado en la Mukatta─,
de su poder ejecutivo.
Podían haberlo asesinado con un bombardeo de sus F-16 o con los
cañonazos de sus tanques, realmente fue casi un milagro que esto no
ocurriera. En el propio edificio donde él se encontraba, otros
perecieron. Pero optaron por una variante que no fuera tan
escandalosa ante la opinión pública internacional y tan traumática e
indignante para el propio pueblo palestino, para quien éste
continuaba siendo su dirigente histórico indiscutido.
De momento, esperaban lograr con Abu Mazen, lo que no habían podido
obtener de Arafat. Estados Unidos quería dar la impresión de que
estaba interesado en resolver el conflicto y de que no era enemigo
de árabes y musulmanes, por ello propusieron el plan conocido como
“Hoja de Ruta” e hicieron participar al nuevo Primer Ministro en
negociaciones en Akaba, Jordania, donde asistieron también los
monarcas de Jordania y Arabia Saudita.
Pero desde la semidestruida “Mukatta”, la sombra de Arafat
continuaba proyectándose como un obstáculo a los propósitos
imperialistas sionistas y de ahí seguramente surgió la variante del
magnicidio a través del envenenamiento, que de momento, aparecería
como producto de una enfermedad desconocida. Tanto el Mossad como la
CIA, tienen recursos y larga experiencia en este tipo de
operaciones.
Tuve la oportunidad de ser el último cubano que visitó a Arafat en
la propia Mukatta. Allí me invitó a almorzar, todavía no estaba bajo
confinamiento y parecía optimista. Había estado reunido con él en
distintas ocasiones y a veces en momentos difíciles en Líbano, Siria,
Túnez y Argel. Recuerdo que en el encuentro que sostuve con él en
esta última ciudad, en momentos en que desaparecía la URSS y el
socialismo en Europa del Este, me dijo: “Una ola enorme viene sobre
nosotros, debemos mantener la cabeza erguida para no ahogarnos.”
Lo vi dirigir las sesiones de tres reuniones del Consejo Nacional
Palestino, el máximo órgano de la OLP, en Damasco y en Argel, donde
como invitado, tratábamos de contribuir a forjar la unidad interna
entre las diferentes organizaciones. El era muy hábil, manejaba como
pocos los movimientos tácticos, pero sin perder de vista los
objetivos estratégicos. Conocía perfectamente que los derechos
inalienables de su pueblo no podían ser entregados y esta convicción
la mantenía siempre en alto, aún en las condiciones más difíciles y
complejas. Arafat vivo, aún en las circunstancias de aislamiento en
que lo mantenían en la Mukatta, continuaba siendo un obstáculo
insalvable para quienes querían doblegar el espíritu de resistencia
de su pueblo, pues sabía mantener su cabeza erguida.
Después de su asesinato, se recrudecieron los intentos de liquidar
la causa palestina. Se estimularon las divisiones dentro de la
principal organización que dominaba la OLP, Al Fatah y entre esta y
HAMAS, que ganó las primeras elecciones para el Consejo Legislativo,
celebradas
─según
testificaron numerosos observadores internacionales─,
con plena transparencia. Pero como para los EEUU y sus aliados de
Occidente, la democracia es válida solo mientras responda a sus
intereses, rechazaron estos resultados. Decretaron un embargo a
todas las ayudas y promovieron enfrentamientos fratricidas entre las
facciones palestinas, algunas de las cuales ya habían recibido
entrenamiento de la CIA y mantenían relaciones de colaboración con
el Mossad. Condición exigida por Washington y Tel Aviv para
“terminar con el terrorismo y ofrecer seguridad al pueblo judío”.
Fue vergonzoso ver como algunos dirigentes de la Autoridad Nacional
Palestina negociaban y se reunían con los dirigentes sionistas de
Israel, mientras los aviones y blindados de estos masacraban al
pueblo palestino en Gaza.
Tengo la certeza de que estas cosas no habrían ocurrido de
mantenerse Yasser Arafat vivo y como máximo dirigente de la
Resistencia Palestina.
Por ello lo asesinaron y en cualquier circunstancia, son los
dirigentes imperialistas estadounidenses y los sionistas de Israel,
los culpables y autores de su muerte.
Ernesto Gómez Abascal es ex embajador en varios países del Cercano
Oriente, escritor y periodista. Autor del libro “Palestina: ¿Crucificada
la Justicia”. |