131010 - Ernesto Gómez Abascal -
Hace tiempo que me he estado preguntando si en realidad existe un
lobby sionista en los Estados Unidos o si ya éste dejó de serlo para
insertarse como parte de la estructura de poder que dirige el
imperio. Hoy me inclino por esta última apreciación. No es lo mismo
un “lobby”, que por muy poderoso que sea se supone que existe para
influir o hacer labor de cabildeo desde fuera, que formar parte del
propio poder.
El “lobby”, representado fundamentalmente por el American Israeli
Public Affairs Committee (AIPAC), puede seguir existiendo como
mecanismo de relaciones públicas, pero es solamente parte del juego.
Y hablo de sionismo, no de judaísmo, pues aunque los dirigentes de
Israel tratan de identificar los dos términos como si hablaran de lo
mismo, para mí está claro que el primero expresa una categoría
política y el segundo una condición religiosa. Hay judíos, aunque
sean una minoría, que son antisionistas.
Por estos días se discute también la exigencia de los gobernantes de
Tel Aviv para que los palestinos y los árabes reconozcan la
condición de Israel como “Estado confesional judío”, lo que
conllevaría la exclusión o desconocimiento de un 20% de su población
que está compuesta por palestinos que profesan la religión musulmana
o cristiana. La exigencia sionista estar dirigida a que se acepte
una futura expulsión de esta población árabe como culminación de las
operaciones de “limpieza étnica y religiosa”, que vienen practicando
desde hace más de medio siglo para dejar un “Estado puro”. Ya hace
años la Organización de las Naciones Unidas había declarado, con
razón, que el sionismo era una forma de racismo.
Hasta los años cuarenta, los sionistas habían mantenido vínculos
privilegiados con los británicos, que fueron los que propiciaron en
1917, con objetivos colonialistas, la constitución de un “Hogar
Nacional” para el pueblo judío en Palestina, una tierra que no les
pertenecía. Este fue el antecedente directo de la creación en 1948,
del Estado de Israel. Pero desde 1942, cuando la Agencia Judía dio a
conocer el Programa de Biltmore, se venía produciendo un traslado de
los intereses sionistas hacia los Estados Unidos y el centro de
actividad de sus organizaciones pasó de Londres a Nueva York.
Decenas de miles de judíos alemanes y europeos que habían emigrado a
Estados Unidos huyendo del fascismo, estaban escalando posiciones en
los medios masivos, en las actividades culturales y en los
estamentos científicos y financieros. Igualmente comenzaron a
introducirse en posiciones políticas influyentes. Ya en 1944, se
consideraba que contaban con el apoyo de 77 senadores y 318
representantes en el Congreso.
Desde esa época, aunque hubo altos y bajos en el apoyo y el
compromiso de los gobiernos estadounidenses con los intereses
sionistas, el poder de éstos se fue extendiendo y consolidando, por
encima de uno u otro partido. Sin embargo, fue posiblemente durante
el gobierno del presidente George W. Bush cuando se pudo apreciar
con más claridad que el lobby había pasado a ser parte integrante
del poder establecido. Un grupo significativo de judíos sionistas
estadounidenses y de estadounidenses pro sionistas, participaron en
la elaboración después de finalizada la Guerra Fría de las
principales ideas recogidas en el conocido “Proyecto para el Nuevo
Siglo”, un programa para el pleno dominio mundial. Muchos de ellos
pasaron a ocupar cargos en su administración neofascista: Paul
Wolfowitz, Richard Perle, John Bolton, Elio Cohen, Lewis Libby, Dov
Zekheim, Stephen Carbone…, una verdadera pandilla de delincuentes
políticos.
Ellos fueron los hombres de Cheney y Rumsfeld en la implementación
de la “guerra total contra el terrorismo”, desatada a partir del
ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, acción que no
pudo realizarse de forma más oportuna para poder instrumentar sus
planes y a partir de la cual lanzaron su campaña para intimidar y
someter al mundo.
Observé desde Bagdad cómo los sionistas y pro sionistas fueron
levantando la gigantesca ola de mentiras para preparar una guerra
que iba en contra de los verdaderos intereses del pueblo
estadounidense. Washington pudo haber negociado con el gobierno
iraquí y haber obtenido incluso concesiones muy importantes en la
explotación de sus enormes reservas de petróleo y gas. Ya antes,
cuando Saddam Hussein lanzó una guerra insensata contra Irán, habían
mantenido una estrecha colaboración con su gobierno.
Cuando en los meses anteriores, al inicio de la guerra en 2003,
conversaba con dirigentes iraquíes sobre la posibilidad o no de que
ésta estallara, encontré en muchos de ellos la convicción de que el
diferendo se resolvería mediante la negociación. Hasta mediados de
marzo de ese año, siendo ya evidente que estaban a punto de llover
bombas y cohetes sobre Bagdad, percibí que al menos en una parte
importante del mando iraquí, predominaba el criterio de que la
movilización militar enemiga era parte de la presión para llegar a
negociaciones. Y ellos estaban dispuestos a negociar. Tal vez ésa
fue la razón de la falta de preparativos para una defensa efectiva
que observaba en mis recorridos.
Si el gobierno estadounidense hubiera optado por la negociación, se
habría evitado una criminal guerra que ha costado cientos de miles
de muertos al pueblo iraquí y la destrucción de una buena parte del
país, pero los sionistas pensaban que si ello ocurría se
fortalecería al país árabe al cual los dirigentes de Israel siempre
han considerado “una amenaza para su seguridad.” El objetivo
sionista no sólo era deponer al gobierno de Saddam Hussein, sino
destruir el país, retrasar un siglo su posible desarrollo y tal vez
dividirlo. Todavía están en eso.
Por intereses sionistas, ahora convertidos en punta de lanza del
poder imperialista, el pueblo norteamericano ha debido pagar sin
embargo un alto precio. La montaña de muertos iraquíes significa una
montaña de resentimientos y odio acumulado entre árabes y musulmanes.
La guerra ha costado cifras incalculables de millones de dólares, lo
cual ha sido un factor en el desencadenamiento de la crisis
económica que todavía sacude el país. Y lo que es más doloroso para
el pueblo estadounidense, cerca de 4.500 jóvenes han muerto y
decenas de miles han sido heridos, muchos de los cuales quedaron
lisiados o arrastrarán otras secuelas.
El próximo objetivo es Irán. Habrá que ver si después del desastre
de Iraq los sionistas pueden imponer sus criminales propósitos y
desatar otra guerra que se aprecia como de terribles e incalculables
consecuencias… también para el pueblo estadounidense.
Ernesto Gómez Abascal es escritor y periodista cubano. Ex embajador
en varios países del Medio Oriente. |