Ernesto Gómez Abascal
Rebelión
La religión islámica, una de las tres grandes religiones monoteístas,
parece ser la que más ha crecido en las últimas décadas y es
considerada en la actualidad la más numerosa de éstas, con un
estimado de unos 1800 millones de seguidores en todo el mundo.
Como casi todas las religiones, está basada en principios de paz,
justicia, convivencia y respeto al ser humano, ofreciendo a sus
creyentes, a cambio de una conducta correcta durante su estancia en
nuestro mundo terrenal, ascender después, a su muerte, al paraíso
donde será recompensado con creces. Estos principios son igualmente
válidos para los cristianos y judíos, las otras dos creencias
abrahámicas, todas originarias del convulso Medio o Cercano Oriente.
Al contrario de lo que ha tratado de hacer creer cierta propaganda
interesada del mundo judeo-cristiano occidental, especialmente en
las últimas décadas, la islámica es una religión de paz y ese
principio es el que rige entre sus seguidores. También es cierto que
para algunos en las sociedades occidentales, las costumbres y
hábitos religiosos y culturales practicados en países donde predomina
el islamismo, parezcan atrasados o incluso intransigentes. Pero debe
estar claro que normas de conductas, no por ser diferentes, deben
ser consideradas necesariamente malas y que la tendencia a juzgar a
los demás partiendo de patrones propios o ajenos suelen ser
discriminatorios y estar basados en prejuicios establecidos.
Igualmente es cierto que el principio pacífico de estas tres grandes
religiones no ha excluido que en determinados momentos históricos,
hayan surgido grupos o tendencias extremistas o violentas dentro de
ellas, a veces predominantes, como fue la conocida inquisición
dirigida por la iglesia católica durante la Edad Media. Durante la
colonización de América, por ejemplo, fue exterminada sin piedad
parte de la población indígena, en el intento de cristianizarla.
Por otro lado han existido y actualmente existen, organizaciones de
fanáticos, fundamentalistas, tanto cristianos como judíos y
musulmanes, que actúan de forma violenta basados en principios
religiosos. En el siglo pasado, los sionistas judíos crearon grupos
terroristas para hacer limpieza étnica en Palestina y apoderarse de
sus territorios y hasta la actualidad, el gobierno de Israel,
declarado él mismo como estado confesional judío, comete acciones
que trata de justificar con escrituras bíblicas, que merecerían ser
juzgadas como terrorismo de estado. En el libro de Josué, del
Antiguo Testamento, se pueden encontrar pasajes que en nuestro
tiempo clasifican como puro terrorismo.
En los propios Estados Unidos han existido y aún existen grupos
fundamentalistas cristianos que aplican la violencia. Los racistas
del Ku Klux Klan, no solo predicaban la supremacía blanca, sino
también defendían principios religiosos de las sectas protestantes
contra católicos y judíos.
Podrían citarse otros muchos ejemplos, pero nuestro interés es más
actual.
En los años ochenta del pasado siglo, el gobierno de los Estados
Unidos apoyó la creación de grupos fundamentalistas islámicos
armados, y la estrategia “yihadista” como es conocida ahora, surgió
como fórmula para combatir la presencia soviética de Afganistán. La
Agencia Central de Inteligencia, en coordinación con los servicios
especiales de Pakistán, y apoyados financieramente por Arabia
Saudita y otras petromonarquías del Golfo, reclutó y entrenó a miles
de combatientes que formarían Al Qaeda (la base), el Frankenstein,
que después se dispersaría por muchos otros países y sería el
instrumento para cometer acciones terroristas como los ataques a las
Torres Gemelas de New York y a sistemas de transporte público en
Londres, Madrid o en otras ciudades del mundo, incluidos varios
sangrientos atentados en los propios países islámicos. Miles de
vidas inocentes se perdieron en estas inhumanas acciones.
Después de los ataques del fatídico 11 de septiembre del 2001, el
gobierno de George W. Bush, declaró “la guerra contra el terrorismo”
y contra Al Qaeda, el Frankenstein que ellos mismos habían creado.
Utilizó estos hechos como pretexto para cumplir objetivos bélicos en
decenas de países de todo el mundo, haciendo énfasis en una amplia
campaña de propaganda para crear una histeria islamofóbica. En un
discurso pronunciado el 20 de ese mismo mes, el presidente
estadounidense sentenció: “Cualquier nación, en cualquier lugar,
tiene ahora que tomar una decisión: o está con nosotros o está con
el terrorismo”, y afirmaría además: “debemos descubrir células
terroristas en 60 o más países”.
Afganistán fue el primero en la lista y desde el 2001 hasta nuestros
días, allí mantienen sus tropas y la de sus socios de la OTAN,
cometiendo innumerables crímenes en una guerra injusta y sin fin, de
la cual solo podrán salir derrotados. Después acusó a Iraq, no solo
de poseer armas de destrucción masiva, sino también de mantener
vínculos con Al Qaeda, ambos argumentos demostrados falsos, pero los
utilizó para ocupar y destruir, torturar y saquear el país a un
costo de cientos de miles de iraquíes muertos. Sin embargo, esta
guerra tampoco la ganaron, y ahora estimulan los enfrentamientos
sectarios como parte de un “Plan B”, que parecen querer generalizar
en la región con el objetivo de crear lo que han llamado “el nuevo
gran Medio Oriente”.
La esencia de este plan, es barrer todo lo que no puedan controlar,
para después, sobre las ruinas, tratar de construir “el nuevo
sistema democrático”, por ellos diseñados. No importan los costos en
vidas humanas y los sufrimientos de estos pueblos. Madeleine
Albright, siendo embajadora de EEUU en las Naciones Unidas, declaró
en una entrevista con la CBS que “valió la pena pagar el precio de
500 mil niños iraquíes muertos como producto del bloqueo y la guerra
para cambiar al régimen de Bagdad”. La señorita Condoleezza Rice,
siendo Secretaria de Estado, también expresó en el 2006, cuando
apoyó e impulsó la guerra contra los patriotas libaneses y la
destrucción y muerte que producían los bombardeos sionistas en el
Líbano, y se oponía a que se aprobara una resolución de alto el
fuego en el Consejo de Seguridad, que “estos eran los necesarios
“birth pangs” (dolores de parto), para crear el nuevo Medio
Oriente”.
El gobierno estadounidense y algunos de sus aliados de la OTAN y del
Consejo de Cooperación del Golfo, no tuvieron ningún escrúpulo en
utilizar a “los hijos de su Frankenstein” durante los conflictos en
los Balkanes y en Chechenia, y con el inicio de la mal llamada
primavera árabe, los utilizaron ampliamente para derrocar el
gobierno de Muammar el Gadafi en Libia. En este país los jihadistas
le pagarían con el asesinato del embajador estadounidense en Bengazi,
quien precisamente había servido de coordinador para la ayuda
suministrada a estos grupos, hecho que según se ha dicho, provocó la
no continuación de Hillary Clinton en el gobierno de Obama.
En Siria, han infiltrado, principalmente desde la frontera turca,
pero también desde Líbano, Jordania e Irak, miles de estos
combatientes salafistas, reclutados no importa donde, pertenecientes
a las ramas de Al Qaeda ya sea en la Península Arábica, en Pakistán,
en el norte de África o en Chechenia. Son fanáticos extremistas con
experiencia militar, pertrechados con armamento moderno que incluye
artillería y cohetería antiaérea, sofisticados sistemas de
comunicación y asesorados por oficiales de tropas especiales y
servicios de información occidentales. Son ellos principalmente los
que están ensangrentado el país árabe con criminales atentados en
Alepo, casi totalmente destruida, Damasco y otras ciudades, en una
guerra que parece extenderse en el tiempo y que persigue producir,
sin importar el precio, un cambio de régimen. Si no lo logran,
alcanzarían al menos destruir buena parte de la economía e
infraestructura como precio por oponerse a los planes imperialistas
y sionistas en la región y por tener estrechas relaciones con Irán,
ser aliado de Hizbulá y las fuerzas patrióticas libanesas.
Células y grupos extremistas, orientados y apoyados desde países del
Consejo de Cooperación del Golfo y desde Ankara, con el aliento de
algunos miembros de la OTAN, ya promueven enfrentamientos sectarios
en Irak y amenazan con reiniciarlos en Líbano y extenderlos por
otras zonas del Cercano Oriente y el Norte de África. En Afganistán
y áreas de Pakistán, existen bases de estos grupos y organizaciones
con brazos que actúan en países asiáticos, lo cual apunta hacia la
extensión de una peligrosa guerra, que también puede volverse contra
los intereses de sus originarios creadores e instigadores, como ya
ha sucedido anteriormente.
Los hijos de Frankenstein pueden ya estar fuera de control.
Ernesto Gómez Abascal es periodista y escritor cubano. Ex embajador
en varios países del Cercano Oriente. Acaba de concluir su último
libro: “El Otoño del Imperio en el Medio Oriente”, que publicará
próximamente la Editora Política.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
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