Ernesto Gómez Abascal
Rebelión
Acaba de celebrarse en Bagdad, una menguada Cumbre de la Liga Árabe,
que refleja por sus pobres resultados, la dramática situación que
existe en la región. El tema central, por supuesto, fue la situación
en Siria.
Hace nueve años, cuando éramos testigos directos, desde la embajada
de Cuba en esa capital árabe, de la criminal guerra desatada por el
sioimperialismo, para deponer uno de los gobiernos que no se había
sometido a sus intereses y que formaba parte de listado de siete
países a atacar en la región –dado a conocer en posterior entrevista
por el Gral. Wesley Clark–, no podíamos imaginarnos, aún por muchos
ejercicios de futuros escenarios que hiciéramos, que la situación se
movería en la dirección que lo ha hecho.
En aquel entonces, veíamos la decisión de atacar y sobre todo la
pretensión de ocupar Irak y sus inmensos recursos energéticos, como
una irresponsable y criminal aventura que podría convertirse, tarde
o temprano, en un desastre militar para los Estados Unidos. A
finales de marzo y en los primeros días de abril, las tropas
invasoras, cuyas columnas mecanizadas se vieron obligadas a entrar
únicamente desde la frontera kuwaití, avanzaban por el desierto
hacia Bagdad y no habían logrado ocupar ninguna importante ciudad.
Parecían empeñarse en lograr primero el descabezamiento del régimen
con sus constantes e implacables bombardeos de la capital,
utilizando todo su moderno arsenal de bombas y cohetes,
criminalmente llamados inteligentes.
Irak, debilitado por largos años de sanciones, bloqueo económico y
campaña mediática que lo satanizaba por supuesta posesión de armas
de destrucción masiva, era una presa que estimaban fácil y muy
apetecible. En ese entonces, después de Arabia Saudita, poseía las
mayores reservas energéticas del mundo. Lo hacía vulnerable su
división interna: las contradicciones entre sunitas (35% de la
población) y chiitas (65%), y los problemas con los kurdos, quienes
desde hacía tiempo mantenían bajo su control tres provincias en el
norte con protección de la aviación estadounidense y británica, que
las habían declarado “zonas de exclusión aérea”. Bajo la misma
supuesta protección aérea estaban regiones predominantemente chiitas
en el sur, que como precedente a lo que ocurrió recientemente en
Libia, durante meses fueron objeto de bombardeos casi a diario para
liquidar radares y destruir objetivos militares. Esto lo pude
presenciar en una visita que realicé a Basora, días antes de
comenzar la invasión. El plan era, que una vez tomado Irak, podrían
avanzar después en sus planes de desestabilizar Irán y liquidar el
gobierno baasista en Siria, ambos países fronterizos.
Hacía años que Israel había hecho público, a través de declaraciones
de un vocero de su Ministerio de Asuntos Exteriores, Oded Yinon, que
la destrucción y división de Irak, por considerarlo su enemigo
potencial más peligroso, era la prioridad política del estado judío.
Lo mismo que ahora hacen con Irán.
Visto el escenario después de nueve años de aquellos dramáticos
momentos que vivimos en Bagdad, de los siete países priorizados para
atacar por el gobierno de George W. Bush, escogidos dentro de los
por él calificados como “60 o más rincones oscuros del mundo”, han
sido objetos de agresión, de una forma u otra, con mayor o menor
intensidad: Afganistán, Irak, Líbano, Libia y Somalia. Más
recientemente la emprendieron contra Siria, la cual mantenían
sancionada y hostilizada desde hace años y ahora la empujan hacia
una guerra civil, estimulada y apoyada desde el exterior, cuyo final
aún parece impredecible. Junto a ello, acrecientan hasta niveles
increíbles su campaña de terrorismo mediático, que como artillería
de ablandamiento y dirigida también a Irán, se empeña a fondo en
crear condiciones para un ataque que podría traer desastrosas e
incalculables consecuencias.
En Irak sin embargo, las cosas no le salieron como esperaban y
aunque han destruido una buena parte del país y propiciado su
posible división, fueron obligados a retirar casi la totalidad de
sus tropas, y para evitar una derrota mayor han debido llegar a un
endeble acuerdo oportunista con autoridades chiitas, conscientes de
que éstos tienen más coincidencia con los intereses de Teherán, que
con los de Washington. Las grandes empresas petroleras de EEUU y sus
aliados aunque han avanzado acuerdos para controlar y explotar los
enormes yacimientos del país, están conscientes de que el terreno
que pisan es movedizo por lo que han demorado la ejecución de las
grandes inversiones necesarias para elevar la capacidad productora y
exportadora, que aún no alcanzan los niveles deprimidos que existían
antes de la guerra.
La ausencia en la recién celebrada Cumbre de Bagdad, de seis de lo
siete jefes de estado de las monarquías del Golfo, no solo es una
muestra de la desconfianza de estos respecto al gobierno del chiita
Nuri Al Maliki, sino una señal de protesta por sus vínculos
preferenciales con Irán, que lo han llevado a asumir posiciones
contrarias a las de la alianza occidental con el Consejo de
Cooperación del Golfo, en el empeño de derribar al gobierno de
Bashar al Assad en Damasco.
La guerra y ocupación de Irak le ha costado a los EEUU, unos 5 mil
muertos y decenas de miles de heridos y traumatizados. El costo
económico, según el economista y Premio Nobel estadounidense Joseph
Stiglitz, se acerca a los 3 trillones de dólares (tres millones de
millones). Estas cifras sin embargo, son incomparables con las
pérdidas sufridas por Irak, incalculables en lo económico y con
estimados que posiblemente superen el millón de muertes entre su
población. Las cuentas por los vejámenes y crímenes padecido por el
pueblo iraquí, se acumulan en odio.
Pero en Irak la intervención estadounidense no ha terminado. Estados
Unidos tratará por todos los medios de que no se produzca una
reconciliación nacional que lleve al país a recuperarse en lo
económico y pueda de nuevo jugar un importante papel independiente.
El pueblo iraquí, profundamente nacionalista y patriótico, deberá
actuar con mucha inteligencia, evitar las provocaciones y el
sectarismo, para que no prospere el viejo plan de dividir el país en
tres: una región chiita y otra sunita, ambas árabes, con un norte
donde ya gozan de autonomía más de 4 millones de kurdos, que aunque
también son islámicos, no son árabes.
El plan de división sin embargo, no goza de simpatía entre los
aliados de los EEUU. Arabia Saudita ve con mucha preocupación el
surgimiento de un estado o enclave chiita en el sur iraquí que
tendría acceso al Golfo y sería un aliento para la rebelde y
mayoritaria población chiita de Bahrein, así como para las
importantes minorías reprimidas y discriminadas de esta secta en el
este de su propio territorio (15% de la población saudí) y
mayoritaria en esa, su principal zona petrolera; y también de
Kuwait, donde alcanzan el 40%. En Omán, y Yemen, predominan los
zayditas, un subgrupo de la rama chiita. Un Golfo predominantemente
chiita, bajo la influencia de Irán, sería la más terrible pesadilla
para las corruptas monarquías sunnitas que hasta ahora allí deciden.
Esta también es una de las razones por las que se quiere atacar y
destruir al país persa.
Por otro lado, aunque EEUU e Israel verían con buenos ojos el
surgimiento de un estado kurdo independiente o un enclave autónomo
en el norte de Irak, Turquía se opone a ello pues sería un aliento
muy fuerte para los 15 millones de kurdos turcos (20% de la
población), quienes en territorio adyacente, desde hace muchos años
desarrollan una lucha en demanda de estos mismos objetivos. La
posición turca, coincide en esto con la de Irán.
En Afganistán, donde se inició la primera de las “guerras contra el
terrorismo” después del ataque a las Torres Gemelas en New York,
están empantanados en un conflicto que se extiende ya por más de una
década y no tiene fin. Es evidente que no tienen otra alternativa
que retirarse, dejando tras ellos la destrucción y el caos.
En Líbano, las agresiones lanzadas por Israel fueron derrotadas aún
con todo el apoyo estadounidense y la acción personal de Condoleza
Rice, quien en la práctica asumió la dirección de las operaciones en
constantes visitas a la zona, en el último empeño de destruir la
resistencia patriótica dirigida por Hizbulá en el 2006. Ello no solo
puso en crisis al gobierno de Tel Aviv, si no que convirtió a
Hizbulá en la fuerza político militar más influyente en el país, e
hizo que su gobierno, junto al de Siria e Irán, constituyan en la
actualidad el eje de resistencia antisionista y antiimperialista a
derrotar en el Cercano Oriente. Este podría fortalecerse, si el
gobierno de Bagdad continúa moviéndose hacía posiciones
independientes, pero más cercanas a Teherán.
La guerra contra Libia utilizando a la OTAN, logró derribar al
gobierno de Gadafi y ocupar el país, pero el caos entronizado allí,
amenaza con prolongar la inestabilidad y provocar incluso la
división del extenso territorio, siguiendo intereses tribales y de
clanes. Grupos extremistas, que constituían hasta hace poco la
principal preocupación de Estados Unidos y sus aliados de Europa,
amenazan con apoderarse del poder en Trípoli y otros países de la
zona. El gobierno de Washington maniobra tratando de utilizar a
Turquía como ejemplo de islamismo moderado y moderno, para que la
situación no se le vaya de las manos. Ahora coquetean con los
partidos y organizaciones del corte de los Hermanos Musulmanes,
anteriormente considerados terroristas y enemigos. Ankara, por el
momento, se presta al juego con el objetivo de ganar más influencia,
pero parece tener también su propia agenda para convertirse en la
potencia regional más influyente en el mundo árabe islámico. Tiene
recursos y potencial para ello, pero debe tenerse en cuenta que los
sentimientos del pueblo turco –que cinco años de convivencia in situ
me hicieron conocer–, son profundamente antisionistas y
antiimperialistas. Occidente los acepta –a veces con desconfianza–,
como socios militares en la OTAN , pero rechaza su entrada en la
Unión Europea por ser de cultura islámica.
El tema palestino, que ha sido el eje fundamental del conflicto
regional durante más de medio siglo, ha permanecido inalterable en
lo fundamental. Israel, los EEUU y sus aliados de la UE, continúan
actuando en contra de verdaderas negociaciones de paz, que
necesariamente deben estar basadas en una solución justa que otorgue
a este pueblo sus derechos inalienables acorde con las resoluciones
de la ONU, rechazadas todas por el estado judío. Pero la falta
absoluta de moral de estos, más que la práctica de una doble moral,
alimenta la firmeza del pueblo palestino y el rechazo de los pueblos
árabes e islámicos. Por eso el tiempo juega en contra de ellos a
pesar de la construcción de más asentamientos y de sus crímenes y
continuos abusos.
Los gobiernos que lleguen al poder bajo el dominio de partidos y
organizaciones islámicas, como parece ser la tendencia actual,
deberán definir ante sus pueblos, no solo una política que tenga en
cuenta las reivindicaciones económicas, políticas y sociales por las
cuales se han venido sublevando en las llamadas primaveras que no
han sido tales, sino también en la actitud a asumir frente al tema
palestino y los planes de dominación de la región por el
sioimperialismo. Eso será determinante en el curso futuro de los
acontecimientos.
*Ernesto Gómez Abascal es periodista y escritor. Ex embajador en
varios países del Cercano Oriente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad
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