El escritor argentino Julio Cortázar expresó en esta misiva,
dirigida a Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan, el
desasosiego que provocara en él la noticia de que el Che Guevara
había muerto. En el aniversario 47 de esta pérdida tremenda,
Cubadebate comparte la carta, y fotografías de La Higuera tomadas
por el fotorreportero Kaloian Santos.
A Adelaida y Roberto Fernández Retamar
París, 29 de octubre de 1967
Roberto, Adelaida, mis muy queridos:
Anoche volví a París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz
de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo
contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla,
comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando
esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y
entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces
me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto
que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo
de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son
los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las
frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele
tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a
producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo
se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y
frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de
refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El
Che ha muerto y a mí no me queda más que el silencio, hasta quién
sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo
pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba
para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero
pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento
cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las palabras del
bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y
seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no.
Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me
importa; en todo caso tú sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel,
rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con
la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para
llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo,
para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen
vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento
también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera persona
del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me
callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu
mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a
todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que
fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un
poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más
juntos.
CHE
Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca
Pero no importaba. Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,
Julio
Fuente: Julio Cortázar, Cartas 1964-1968, Edición a cargo de Aurora
Bernárdez, Tomo 2, Alfaguara / Biblioteca Cortázar, 2000.
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