Ocurrió durante una jornada voluntaria en un taller de Artes
Gráficas. El Che se detuvo a observar con detenimiento el quehacer
de un obrero y se percató de que estaba haciendo algunos movimientos
innecesarios. Pidió empalmar personalmente los pliegos y logró mayor
productividad. No se trataba de que el entonces Ministro de
Industrias, recién llegado al taller, fuera más capaz que aquel
operario, sino de la puesta en práctica de las concepciones del Che
sobre el trabajo.
Para
él la producción no era una parte de la vida del individuo desligada
de él con la cual solamente entraba en contacto cuando iba a recibir
un salario: “(…) debe ser la obsesión de todos nosotros en estos
momentos, aumentar la producción, aumentar la productividad, luchar
por el ahorro, por los costos, hacer innovaciones tecnológicas de
todo tipo. Esa debe ser la meta fundamental de todos nosotros; y por
eso hay que dedicarse con los cinco sentidos a la tarea que se está
haciendo.”
El
universo laboral cubano actual es muy diferente a aquel del que fue
testigo el Che, sin embargo esta y muchas otras ideas suyas
mantienen absoluta vigencia, como la afirmación de que el socialismo
no es una creación milagrosa ni un resultado exclusivo de la
conciencia, sino del trabajo humano.
En
este período de transición el trabajo debía adquirir una condición
nueva, ya que los medios de producción habían pasado a manos de la
sociedad, y la máquina –símbolo de la labor de la clase obrera- pasó
a ser, como expresó el Che, la trinchera donde se cumple el deber.
La
diferencia respecto a la sociedad capitalista resultaba esencial: el
hombre, subrayó el Comandante-Ministro: “ Empieza a verse retratado
en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto
creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de
su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece
más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la
vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.”
Para
hacer comprensible a la masa trabajadora esa distinción conceptual
con el pasado, el Che promovió una fórmula en que se hacía más
evidente: el trabajo voluntario, que entraña un aporte extra a la
sociedad, al bienestar colectivo, sin esperar retribución; consistía,
según su apreciación, en uno de los primeros escalones en el largo
proceso de liberación del individuo que alcanzaría realmente su
condición humana cuando produjera sin la compulsión de la necesidad
física de venderse como mercancía.
No
era una posición idealista lo que le hacía valorar la actitud ante
el trabajo de una manera diferente, sino la creación después del
triunfo revolucionario de condiciones que la favorecían. Lo aclaró
en un discurso de entrega de certificados de trabajo comunista en el
Ministerio de Industrias, al señalar que cuando la sociedad es capaz
de iniciar la lucha reivindicatoria, destruir al opresor e
instalarse en el poder, otra vez se adquiere frente al trabajo la
alegría de estar cumpliendo un deber, de sentirse importante dentro
del engranaje social y de motivarse a impulsarlo cada día más, para
contar con una sociedad capaz de satisfacer las necesidades
crecientes de toda la población.
Ese
cambio, como él mismo alertó no se producía automáticamente en la
conciencia como tampoco en la economía y señaló que hay períodos de
aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.
Las
extraordinariamente complejas coyunturas a las que ha tenido que
enfrentarse la Revolución después que fueron expuestas esas ideas,
han lesionado valores íntimamente vinculados con la actitud ante el
trabajo, como la laboriosidad y la responsabilidad, pero no han
restado importancia a la necesidad de darle la categoría de deber
social, como lo concibió el Che, porque ello está vinculado
indisolublemente al proyecto social que construimos.
En
los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la
Revolución se señala la necesidad de rescatar el papel del trabajo y
los ingresos que por él se obtengan, no solo para la satisfacción de
las necesidades personales del trabajador y su familia sino “como la
vía fundamental para contribuir al desarrollo.”
Tanto el trabajo estatal como el no estatal están encaminados a ese
doble propósito, y no es utopía sino imperativo de las
circunstancias actuales lograr que los trabajadores incorporados a
una u otra forma de gestión se sientan parte fundamental de un
engranaje encaminado a obtener la prosperidad y la sustentabilidad
de nuestro socialismo.
La
empresa estatal socialista tiene ante sí tres grandes obligaciones
planteadas por el Che en su discurso a la clase obrera, en una fecha
tan temprana como junio de 1960: producir, ahorrar y organizarse; y
a los trabajadores por cuenta propia les toca velar porque sus
quehacer no se deje penetrar por influencias ajenas a la sociedad
que edificamos y se sientan cada vez más un componente fundamental
de la obra colectiva. |